Tokyo Vice, entre la verdad y la ficción: del testimonio periodístico al thriller televisivo
Cuando Jake Adelstein publicó Tokyo Vice: An American Reporter on the Police Beat in Japan en 2009, lo hizo con la firme intención de sacar a la luz lo que muchos preferían mantener en la sombra: los vínculos entre el crimen organizado japonés, la policía y ciertos poderes institucionales. Su libro no era una novela ni un thriller. Era una crónica vivida, con nombres reales, consecuencias personales y un riesgo que pocos periodistas extranjeros se han atrevido a asumir en Japón.
En cambio, la serie de HBO Max —que toma el mismo nombre y se presenta como “inspirada en hechos reales”— se aleja rápidamente del terreno del periodismo para sumergirse en una narrativa ficcionalizada, construida más sobre la estética del noir que sobre la crudeza del testimonio original.
La fuerza del libro: una mirada sin filtro al Japón oculto
Adelstein, con un estilo directo y sin florituras, lleva al lector a un mundo que pocos han pisado: el de las redacciones japonesas, donde las jerarquías importan tanto como la información, y el del crimen organizado, donde una filtración puede costarte algo más que tu carrera. Su relato tiene la fuerza de lo vivido, de lo incómodo, de lo que no busca complacer.
Lo más impactante del libro no es solo su contenido, sino su trasfondo: Adelstein llegó a recibir amenazas de muerte por su trabajo. Su investigación sobre el jefe yakuza Tadamasa Goto, que logró entrar a Estados Unidos para someterse a un trasplante de hígado gracias a un acuerdo con el FBI, le valió enemigos poderosos. El periodista no se guarda nada, y eso se nota. No hay artificio, solo verdad. Y esa verdad pesa.

La serie: estilización, licencias y un tono mucho más suave
La propuesta de HBO Max, por el contrario, elige otro camino. Visualmente impecable, con una dirección de alto nivel (incluyendo a Michael Mann en el piloto), la serie construye una narrativa que, aunque parte de la historia real, se desvía deliberadamente hacia la ficción. Se introducen personajes que no aparecen en el libro (como Samantha, la hostess extranjera), se suavizan tensiones y se crea un protagonista más digerible para el espectador medio.
Ansel Elgort, en su papel de Jake, transmite bien el desconcierto de un extranjero en Japón, pero rara vez alcanza la angustia o la obsesión que definieron al verdadero Adelstein. La serie funciona bien como thriller policial con tintes exóticos, pero pierde parte del alma de la historia original: la de un periodista enfrentado a un sistema que prefiere mirar hacia otro lado.
¿Entretenimiento o testimonio?
El debate es legítimo: ¿es posible adaptar una historia tan intensa y personal sin diluir su esencia? La respuesta, en este caso, parece inclinarse hacia el “no”. Mientras que el libro incomoda y sacude, la serie entretiene y estiliza. No es una mala serie —todo lo contrario—, pero se aleja tanto del espíritu del texto original que conviene tratarlas como obras completamente distintas.
Quien quiera entender lo que realmente implica meterse con la yakuza siendo periodista en Japón, debe leer el libro. Quien busque una ficción elegante, bien producida y con ritmo, encontrará en la serie una opción más que digna.